2 de septiembre de 2024
La Congregación: fluctuaciones profundas entre ternura y crueldad
Ángela Patricia Jiménez Castro
Empiezo este texto pensando en Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi; cada concierto evoca contrastes e imaginarios donde confluyen la belleza con el caos, la suavidad con la potencia, el pánico con la esperanza, y la fragilidad con la consistencia, entre otras emociones y movimientos que nos invitan a sumergirnos en una ensoñación poética para contemplar el espíritu. En este universo ubico al teatro de La Congregación, dirigido por Johan Velandia; un teatro que lleva impreso desde su génesis el contraste del claroscuro como punto de encuentro entre el espectador y el hecho teatral. Obras como Rojo, o El niño y la tormenta -que hemos tenido en el Festival Internacional de Teatro de Manizales- están atravesadas por tensiones y dualidades consolidadas a partir del imaginario infantil de manera despiadada y dulce al mismo tiempo, una conjunción que nos deconstruye y nos revela las dicotomías de la conflictiva existencia humanaa través del gesto teatral.
La comunión entre el actor y el espectador se instaura como parte de una relación territorial entre cuerpos y gestos donde todas las individualidades se cruzan, se combinan y se resignifican. Bajo esta mirada, los personajes creados por La Congregación logran habitar el alma de quien los contempla; pareciera que emergen de la oscuridad y de manera orgánica empiezan a irradiar luz como punto de inflexión para transformar lo establecido, configurar su apuesta poética y llevarnos a cohabitar con los rasgos característicos de sus historias y profundizar en la dimensión de lo humano.
Desde su consolidación -en el 2007-, la compañía ha dialogado de manera directa con temas de la realidad nacional, con historias correspondientes al tiempo y al espacio actual, y con la crudeza de la vida cotidiana, puesta de manera poética y simbólica, pero sin evadir el lugar incómodo que surge al sostener la tensión entre ternura y crueldad, entre humor y llanto como dos fuerzas que predominan en sus montajes.
“Creo que el arte debe incomodar, hacernos preguntar, sembrar, construir y deconstruir pensamiento”, expresa Johan Velandia en una entrevista para TEXTOS. Allí, en el lugar de la incomodidad se encuentran los intereses de este director, que centra su mirada creativa en la propuesta actoral, donde radica su formación. En este sentido, las estéticas de La Congregación están detonadas por un trabajo actoral que invita al espectador a imaginar, jugar y construir los paisajes escénicos propuestos por todo el equipo, a través del minimalismo de sus montajes, un código que se ha convertido en sello personal de la compañía para pensar, repensar y materializar la consolidación del espacio escénico.
Negro, la obra que tendremos en esta edición del Festival, está diseñada en un pequeño formato, donde predomina un sinfín que se multiplica en escena y se convierte en una bañera, una tumba, una cama, una mesa, una balsa o la arena del mar; desde allí la obra presenta el contenido simbólico que lleva a los personajes a contar su universo de manera amplia. “Es una puesta en escena que aprovecha ese minimalismo para explorar y explotar los talentos, las cualidades y todo el sistema creativo de los artistas y del público que participa en la construcción desde la imaginación del universo de la obra”, afirma el director. Negro habla del maltrato infantil, de la violencia en los niños y contra los niños. Futuro, un niño de ocho años tiene un medio hermano: Silencio, afrodescendiente, de cinco años; ambos se encuentran para compartir recuerdos y espacios, y escudriñar sus fragilidades más íntimas en medio de un ambiente familiar violento y humilde, donde florecen las heridas de la infancia, en una propuesta surrealista que viaja entre el pasado, presente y futuro, a partir de la mirada inocente y cruel de la niñez.
La figura del niño, de la infancia resuena posiblemente sin pudor en esta historia para alzar las voces de lo que nos descompone como sociedad; las complejidades que se derivan a partir de la niñez son la base, el gen primario para fluctuar por las diferentes emociones que se van construyendo con el paso del tiempo. A Johan le llama precisamente la atención ese gen, la idea de la cédula, de la raíz que está en los niños y configura nuestra realidad hoy; la idea de recuperar la infancia y sanarla: “En los niños se contiene toda la sociedad desde una ingenuidad, tanta ingenuidad que no cabe el juicio, y tanta ingenuidad donde la crueldad del mundo se cuela de manera espontánea, normalizada; los niños dicen y hacen cosas que desde la lectura moral y ética de un adulto dice “esto está mal”, pero que los niños lo hacen porque lo replican del mundo, entonces creo que un espejo perfecto para reflejarnos como sociedad es la ingenua y tierna mirada de un niño”, enfatiza Velandia.
Reencontrarnos en el Festival Internacional de Teatro de Manizales con La Congregación es una cita que debemos darnos para contemplar el trabajo de esta compañía colombiana que nos invita a ser cómplices de una propuesta donde la estética de la violencia se poetiza y resignifica las manifestaciones de la sociedad que, de alguna manera, ha naturalizado el conflicto y lo ha vuelto parte del paisaje. Es necesario comprender aquello que está en lo profundo del ser y establecer empatía desde la intimidad y la sensibilidad de lo que nos conecta como humanos, y también con aquello que nos distancia, porque es en las diferencias donde nos atravesamos y construimos identidades, allí donde me reconozco a través del otro. El teatro nos recuerda las profundidades de nuestros conflictos y pasiones humanas, nos reviste del sentido de la imperfección para apreciar las contradicciones en las que cohabitamos; renueva nuestras emociones, quizás nuestros dolores liberados a través de la risa y las lágrimas al mismo tiempo, nos lleva al abismo de nuestros sentidos en una búsqueda inefable de lo íntimo y nos lanza de nuevo a la orilla para despertar el espíritu y nuestra voz de la consciencia.
Influencias para el proceso creativo:
Johan Velandia encuentra para sus procesos creativos diversas fuentes de inspiración en otras expresiones artísticas. La danza contemporánea es una de las que más le interesan al permitirle la deconstrucción de la realidad como manifestación simbólica en las obras; en este contexto admira y sigue a Pina Bausch, Ana Teresa de Keersmaeker y Akram Khan, entre otros. La música clásica, especialmente Vivaldi, le inspira por su oscuridad, profundidad y capacidad de evocar un aire de renovación. Goya y la pintura renacentista también inspiran sus creaciones, desde el juego con la luz y la oscuridad, aquello que refleja la dualidad de la condición humana con lo monstruoso y lo genuino. Le gusta y encuentra provocación en el trabajo de Almodóvar, de Lars von Trier y Hitchcock. Del cine alemán aprecia las historias que retratan la guerra y la injusticia, y del cine francés explora la humanidad en sus diversas facetas.