Textos

4 de septiembre de 2024

Negro: una poética del cuerpo en tensión

Ángela Patricia Jiménez Castro

En el marco del sexto Congreso Iberoamericano de Teatro, enfocado en la temática “Cuerpos y corporalidades: sociedad,género, naturaleza, tecnología”, Jorge Dubatti conversó con Marco Antonio de la Parra acerca de la tragedia del lenguaje y el cuerpo del actor; en el diálogo había una reflexión sobre aquello que surge en el espectador luego de un acontecimiento teatral que logra sobrecogerlo de tal manera que lo deja herido -en el sentido poético de la belleza- por lo que ve, su percepción posiblemente queda alterada al salir de la obra y le cuesta articular con palabras, de manera inmediata, lo que le sucedió; aquí el espectador logra abandonarse en la experiencia escénica y se integra, a través del lenguaje, a la relación que se teje con el cuerpo del actor, uncuerpo en acción. Negro, la obra de La Congregación, nos aproxima al sentido de esta manifestación contemplativa en la que nos permitimos ser libres de recibir y sentir cada imagen construida en el escenario; imágenes acompañadas de una historia que conecta con las emociones del público y, de alguna manera, lo “compromete” a ser eje de la puesta en escena, ser partícipe desde distintos lugares, no solo desde el espacio físico, sino también desde la incomodidad, desde los imaginarios colectivos, las “deudas morales”, y el goce estético de la propuesta visual.

La obra nos conduce hacia la vida de Silencio y Futuro, dos medio hermanos que se encuentran cuando el primero tenía seis y el segundo ocho años; ambos se ven obligados a convivir en la misma casa y compartir no solo la habitación, la cama y la escuela, sino también a su padre, el temor hacia él y todos los recuerdos y secretos que florecen en sus juegos y conversaciones conflictivas. A lo largo de la obra, el juego temporal entre el pasado, presente y futuro, revela las voces más íntimas de sus fragilidades humanas, las diferencias entre los niños, los secretos que guardan las heridas de su infancia, las culpas y la construcción de sus identidades.

La dramaturgia de la obra está acompañada por una puesta en escena completamente minimalista; una bañera blanca se disponesobre un sinfín blanco y desde allí se multiplican los demás objetos: la cama, el comedor, el bus, la ciudad, el mar, la arena. Esto hace que el espectador deba completar todas las imágenes a partir del universo que nos proponen los tres actores y amplíe el espacio escénico, mecanismo que funciona muy bien al entender cómo la intimidad de los personajes se expande en una sincronía con la percepción del espacio físico.

Algunas personas del público acompañan el escenario y son partedirecta de la obra, en una interacción que rompe la cuarta pared y los convierte en cómplices de ese malabarismo entre preguntas incómodas, el cruce de miradas, los gestos, y los abrazos. Este encuentro del público con el cuerpo del actor se lee de manera sutil y se sintoniza con los movimientos de los actores, acompasados de manera armónica, como si diera una danza entre ellos; esto permite que el diálogo actor-espectador sea consistente y nos convoque a mantener una conexión de principio a fin con la obra.

En este sentido, el cuerpo, como dispositivo escénico, nos invita a apreciar cómo se transforma, no solo en el espacio físico, sino también en el espacio de la ficción, cómo se habita en los contrastes de la vida, en la infancia, en la adultez, en nuestras diferencias, en nuestros sueños e ideales sobre quiénes somos, seremos o queremos ser. Ese cuerpo que vemos en escena es un cuerpo violentado, lastimado, un cuerpo que se mueve en el tiempo, que escudriña en las fibras más delgadas de nuestra piel a través de la vergüenza, la inocencia y el dolor. La Congregación sabe seducir al espectador a través de la construcción de estos espacios imaginarios, donde el cuerpo del actor captura, desnuda su alma y expande una serie de signos, lenguajes y expresiones que contrastan con la realidad y la ensoñación poética.

El agua es un elemento metafórico importante en el discurso de la obra. Los niños se sumergen para ver los horrores de sus vidas, pero también para salir a flote, encontrarse a sí mismos y reivindicarse con sus sesgos, contradicciones y sueños; el público participa también de esa polisemia del movimiento del agua donde de las dualidades se confrontan y resignifican. Todo este universo simbólico se refuerza de forma muy bella con la atmósfera creada en la escenografía: la iluminación, la música y el humo acentúan el universo onírico e intensifican la conexión emocional del público, quizás también con propios sus dolores, sus infancias, temores y cuestionamientos acerca de la transformación del cuerpo en el tiempo.

Negro es una obra alucinante -seguramente una de las mejores de esta edición del Festival Internacional de Teatro de Manizales-,que nos mueve, como lo hace con los actores, nos destroza y nos recompone al mismo tiempo, nos lleva al fondo del mar, pero también nos lanza un salvavidas para reincorporarnos con nuestra consciencia; por momentos el melodrama se hace presente con cierta insistencia, ¿qué tan necesario se vuelve este recurso cuando la historia en sí misma ya tiene una fuerte carga simbólica y temática? Quizás sea una cuestión de gustos y percepciones; en mi caso este aspecto me lleva a pensar el cierre de la obra y la reivindicación del final “tristes” como mirada para sostener la poética de tensión entre la coexistencia de la belleza y el dolor que propone la obra desde el principio.

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