Textos

2 de septiembre de 2024

Perderse en La Vorágine con el Teatro Petra

Mario Hernán López*

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Dice Antonio Caballero, en el prólogo a una edición de La Vorágine publicada en 2015, que la frase con la cual inicia la novela la conocen de memoria todos los colombianos, “muchos la suelen declamar cuando se emborrachan”, afirma. La imagen de contertulios ilustrados bebiendo en las cantinas con tangos y milongas como fondo musical y en disputa por párrafos memorables, revela una primera cuestión en el papel que ha cumplido La Vorágine en la sociedad colombiana: la interpretación que sobre ella hace la sociedad letrada, en generaldistante y de espaldas a los conflictos y violencias que ocurren en los territorios sin Estado e inscritos a sangre y fuego con los circuitos económicos internacionales.

“A esta pobre patria no la conocen sus propios hijos, ni siquiera sus geógrafos”, reclama Arturo Cova.

En los ensayos críticos que acompañan la edición conmemorativa de los cien años de publicación de la novela, preparada el año pasado por la Universidad de Los Andes con Penguin Clásicos, se advierte que la travesía de Arturo Cova por la región Orinoco-amazónica permite conocer la continuidad histórica y geográfica de la cordillera, la selva y las sabanas del país; en este marco, La vorágine alcanza dimensiones ambientales que desbordan su lectura como “epopeya de la selva”, siguiendo la definición que de ella hizo Horacio Quiroga.

En los escenarios académicos y en la crítica literaria, La Vorágine suele ser examinada como un relato capaz de poner en cuestión el proceso económico, ambiental, cultural y político civilizatorio que privilegia el progreso basado en las violencias, en el genocidio y la miseria, distante del proyecto patriótico y humanitario sobre el cual hablara José Eustasio Rivera.

Entre otros conflictos y violencias, la novela pone en evidencia el papel que cumple el negocio extractivo y el despojo que produce su puesta en marcha durante la segunda revolución industrial, denuncia los regímenes de terror establecidos para favorecer el modelo económico, da cuenta de crímenes cometidos contra indígenas y colonos sometidos bajo el sistema de las caucherías y, como lo advierten Margarita Serje y Erna von der Walde en la edición de Penguin y Los andes, José Eustasio Rivera “adelanta el momento de las denuncias sobre las atrocidades de la casa Arana”. En los tiempos que corren, la novela es también materia de estudio en los trabajos sobre la memoria histórica en los cuales se indaga sobre las raíces de las violencias y los sufrimientos causados a las víctimas.

La novela culmina con voces precipitadas, Clemente Silva busca hace cinco meses a Arturo Cova y sus compañeros: “Ni rastro de ellos”. “Los devoró la selva”, dice una comunicación dirigida a un ministro. A partir de la frase final, los integrantes del Teatro Petra, dirigido por el actor y dramaturgo Fabio Rubiano, formulan una pregunta que se abre como abanico para una discusión entre académicos ¿qué fue lo que se tragó la selva?

Perderse es el título de la obra del Teatro Petra que tiene como punto de partida las múltiples formas de interpretación de La Vorágine; en la reseña se advierte que para abordar posibles respuestas “el creador y su grupo decidieron que mientras transcurre la obra hay una pareja de académicos que discute sobre su posición frente a la novela; sobre si es una pieza histórica, política, de poesía pura, de denuncia o una prueba documental”.

A 100 años de su publicación, La Vorágine sigue ofreciendo múltiples posibilidades para comprender las claves de la crisis civilizatoria actual; para Antonio Caballero, la Colombia que pinta sigue siendo igual.

*Universidad de Caldas

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